El croissant que quisiera ser un caballito de mar
Estaba allí, envuelto en una bolsa de celofán con otros seis compañeros de suerte. (De mala suerte diría, sabiendo que todos, él incluido, iban a acabar en el fondo de mi estomago!) En breve, desarmaría sin remordimiento ninguno su bonito cuerpo con los dientes para alimentar el mío y peor aún, lo mojaría previamente en mi tazón de café con leche caliente para ablandarlo ligeramente antes de comérmelo! Del gran tiburón blanco al más insignificante insecto pasando por supuesto por el hombre, todos y cada uno cumplimos nuestra función en la cadena alimentaria! Y claro, allí, tanto el caballito de mar como el croissant pintan muy poco!
Este croissant en concreto, comprado minutos antes en el chino vecino se diferenciaba de los demás de por su aspecto. Volteado, la parte plana, la que había sido en contacto directo con la placa de cocción del horno, dibujaba desde los pliegues del centro de la masa extendiéndose por los costados, la silueta, no de un bollo sino más bien de un precioso caballito de mar. Con todo un lujo de detalles, se podía apreciar que no se trataba de un croissant cualquiera, de esos, secos y harinosos, dorados por fuera solo para que tengamos ganas de tragárnoslos pensando que a lo mejor por dentro estarán blandos!
Era un caballito de mar disfrazado de croissant y que lo haya descubierto no cambiaría en nada su amargo destino! Lo cogí de la parte que según yo representaba la cola y como lo tenía planeado, lo hundí en la taza. Enseguida, lo saque suavemente y le quite la cabeza sin piedad de un solo mordisco! CRACCC!!!